No suele recordarse que el flamante santo cura José Gabriel Brochero, estuvo varios días misionando en la capital y en el interior de Tucumán, en el otoño de 1901. De esa experiencia han quedado anécdotas que Brochero mismo asentó en un par de cartas.
Desde la villa de Medinas, el 26 de mayo de ese año, narraba sus trajines de predicador a un amigo de Córdoba, Guillermo Molina. Le contaba que “ya voy a dar dos misiones, con las que principio mañana, en el ingenio Santa Ana, y he predicado dos sermones en Santo Domingo, y dos en dos conventos de monjas, a solicitud de ellas mismas”. Riéndose de sí mismo, le comentaba que “voy pasando por un predicador de fama, a consecuencia de que los periódicos de Tucumán así me presentaron cuando llegué a la ciudad”.
La vaca negra
Pero lo que le quería compartir con el amigo, decía, era “el texto con que rompí en la primera misión”, que había tenido por escenario el ingenio la Trinidad. Como “todos los oyentes estaban viendo una vaca negra” en el momento en que predicaba, “dije que como esa vaca estaba con la señal y marca del ingenio llamado Trinidad, así estábamos señalados y marcados por Dios todos los cristianos; pero que Dios no marcaba en la pierna, ni en la paleta, ni en las costillas, sino en el alma; porque la señal de Dios era la Santa Cruz y que la marca de Él era la fe, y que a ésta la ponía en el alma, y que se la ponía volcada a todos los que no guardaban los mandamientos”.
Siempre sin tomarse en serio, seguía Brochero. “Pero mi querido, hizo tal eco mi elocuencia, que se han costiado hasta de 25 leguas a oírme, y se han confesado en esa misión, como no lo han hecho en otras que han dado los jesuitas, copetudos y elocuentes”. Como resultado, terminaba, “he adquirido una fama, que ya me ven para el año que viene. No se oye otra cosa, que la sabiduría del cura Brochero, expresada, o sintetizada, en la marca y señal de la vaca negra del ingenio de la Trinidad”...
Ese mismo día 26 de mayo, Brochero envió otra carta, dirigida esta vez al Obispo de Tucumán, monseñor Pablo Padilla y Bárcena, con quien tenía trato y amistad desde muchos años atrás.
Dirigiéndose al prelado como “Mi señor Obispo de todo mi cariño”, Brochero acusaba recibo de una tarjeta, en la cual Padilla le anticipaba que había preparado una visita pastoral al ingenio Santa Ana. Bromeaba diciendo que no dudaba de que el Obispo iría a confirmar el mensaje pastoral de sus palabras, “porque soy tan especial en mis textos y golpes oratorios”.
Brochero discurría sobre esa anunciada visita episcopal. Le contaba al Obispo que el padre Miguel Román, cura párroco de Medinas, estaba “algo intranquilo y con razón, pues quería alojarlo (a Padilla) en Santa Ana, en un palacio de cristal alfombrado con seda”. Esto le ocurría, decía Brochero, “porque él no conoce a Vuestra Señoría por dentro, sino por fuera, como dicen vulgarmente”. Entonces, añadía, “yo lo tranquilicé completamente, diciéndole: Vea mi cura, si al señor Obispo Padilla se le diera a elegir entre un palacio de cristal para su alojamiento y las letrinas, elegiría estas sin vacilar; yo conozco bien a Monseñor Padilla desde niño”.
Tapados con poncho
Seguía la original misiva del cura Brochero, en su habitual tono de broma. “Con esta elocuencia y con este mi golpe oratorio, ha quedado el señor cura completamente tranquilo. Y le añadí por superabundancia: Sí Monseñor Padilla ha sabido dormir enteramente bien, cuando iba a mi curato de San Alberto, en un sobrepelo, y taparse con un ponchito que no valía dos pesos, ¿cómo no iba a dormir bien y estar contento, cuando usted no le va a dar una de las letrinas de Santa Ana, sino una de las tantas modestas casas que hay allí, y le va a dar un buen catre, colchón, sábanas?”.
Y le dijo más al cura Román. “Usted, señor cura, no se aflija por los adláteres que lleva al señor Obispo, porque yo, que debo ser mejor que todos ellos, he de dormir en la cocina y en el suelo limpio, y les he de prestar hasta el poncho que he traído, a fin de que ellos tengan buena cama, y no se dejen picar por la lechuza”. Se despedía. “Sin más, hasta el domingo, que nos bendiga, J. Gabriel Brochero”.
Cautivante personaje
Redactadas con su originalísimo estilo, sin vueltas ni adornos, las cartas del santo cura desde la villa de Medinas ilustran, sin comentarios, sobre su cautivante personalidad. El historiador Efraín Bischoff subraya que en los pintorescos dichos de Brochero estaba “lo sustantivo su personalidad”. Era lo que le permitía acercarse al pueblo y cumplir “su ansiedad de entregarle la verdad del Evangelio en una palabra entendible para su rústica naturaleza, y manejó con habilidad siempre aquella herramienta decisiva para captar voluntades”.
El papa Francisco canonizó ayer al cura José Gabriel del Rosario Brochero, en una misa multitudinaria en la plaza de San Pedro del Vaticano, mientras miles de personas siguieron la ceremonia por pantalla gigante en la localidad cordobesa que lleva el nombre del nuevo santo.
El pontífice proclamó santos a Brochero y a otros seis beatos en el marco de una celebración eucarística a la que asistieron unas 80.000 personas, entre ellas el presidente Mauricio Macri y parte de su familia, y el gobernador de Córdoba Juan Schiaretti y más de 2.000 peregrinos argentinos, en su mayoría cordobeses.
A las 05.32 el Papa inscribió en el Catálogo de los Santos al Cura Brochero, el primero que nació, vivió y murió en la Argentina.